La naturaleza que no debe ser olvidada

Posted on 16 agosto, 2017

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Imagen tomada de Cuadrivio.net

Por Paulo César Otero

La naturaleza humana se quiere seguir negando con empecinada rigidez y con tontarrona demagogia y, tristemente, muchos de los principales negadores son aquellos que podrían beneficiarse al comprenderla de la mejor manera posible. ¿Y quiénes son? Pues mis colegas, mis compadres, los antropólogos, que en desbandada casi orgánica y por un instinto de manada salieron, desde los años ochenta del siglo pasado, detrás de otro embeleco anglointelectual edulcorado con sapiencia afrancesada, llamado o conocido como “el posmodernismo”, el cual es un híbrido raro, monstruoso y quimérico que, mal alimentado por el relativismo cultural de los años treinta y condimentado con post-estructuralismo de los setenta del siglo XX y al que se le suma una pésima lectura del decostruccionismo, agrupó en un saco de basura a todo pensador, filósofo, ecologista, feminista, pseudoartista, anti-establishment, anticolonialista y a cada loco que le dio por añadir el prefijo post- a su secta de preferencia a fin de ser diferenciado, reconocido, no olvidado.

Desde entonces han pululado cientos si no miles de grupitos desagrupados de intelectualoides, cada uno y cada cual presentándose como el non plus ultra del ingenio y del pensamiento. Y así en el colmo de la locura, y buscando negar a aquello que los engendró, ya hasta ha nacido el post-postmodernismo. A mí el posmodernismo a secas me parece ridículo: pero esto lo supera: el Post-postmodernismo. ¡Carajo, existe otra enfermedad intelectual! Pero en fin, cada loco con su tema y cada loro en su estaca, y yo dándoles cacao.

El punto al que quiero llegar es que por pretender negar esa naturaleza la estamos ayudando a matar, a desaparecer en las ideas y en el mundo. Y, ¿qué tienen que ver en esto los posmodernistas? Pues que son los más acérrimos contradictores de la ciencia, la razón y el método. Pero acérrimos porque sí, porque les da la gana verbal y piensan que el mundo está encasillado en el falogocentrismo que tanto denuncian pero que en últimas es el que los tienen así, ya que se lo han tragado enterito, y por eso, por eso, están atrasando el conocimiento y quieren seguir danzando en la verborrea, en lugar de encarar una gran multitud de estudios, descubrimientos y hallazgos científicos que desde ya están configurando y están haciéndonos comprender el pasado y el futuro de la condición humana como y en la naturaleza.

Así que, señores colegas: la naturaleza humana existe y no es, por más que quieran y se imaginen en sus cabecitas, ninguna construcción social, ni cultural, ni nada por el estilo. ¿No existe pues el papel antes que el cuaderno y el árbol antes que los dos? Y de paso denuncio que ese construccionismo social no es la panacea que dicen, es solo el contentillo que nos damos unos a otros para no asumir el mundo en su rayana realidad, que por sí misma es bastante desquiciada, tanto que hasta he engendrado la vida. Así pues, quieran o no, genes y cerebro son nuestros protagonistas y no entiendo cómo y por qué muchos representantes de la antropología se obstinan y se sustraen de toda la información suministrada por la biología molecular, la neurología, la psicología evolutiva y demás disciplinas que no les da vergüenza considerarse científicas. ¿Por qué? Por fantasiosos, fantasiosos que han establecido un jueguito pseudodialéctico en el que siempre se colocan del lado de aquello que sea la contradicción, sea esta la que sea: un día el posmodernismo es dualista, otro día monista, otro materialista, otro idealista. El caso es llevar la contraria y hacer parecer esa contrariedad una forma alterna de conocimiento. En últimas neosofistas.

A la naturaleza le huyen ciertos intelectuales, en especial los afrancesados, los seguidores del post-estructuralismo (Salvando sin duda a Derrida, el verdadero amigo de la sospecha y por el cual sospecho esto), y es que le tienen un miedo tremendo, lo natural les huele a cierto, a seguro, a certero. Y no, no lo es, pero es más que todas esas patrañas que han escrito en sendos libros que se ahorcan en su propia palabrería.

Los intelectualoides le temen a la naturaleza porque mal que bien les recuerda a Dios, así de simple, al que por moda lo quieren negar y al que vuelven cada vez que el avión en el que viajan de París a New York y de New York a París amenaza con caer en picada desde semejante altura produciendo una segura explosión que borraría no solo con sus cuerpos sino con las ideas que no quedaron escritas y con las que seguramente pensaron pasar a la post-posteridad.

Pero si no está Dios, entonces es el Estado, la Nación, la Razón y cualquier cosas que les huela a presunta autoridad, ¿y cual autoridad si este mundo es un desorden? ¿Cuál conocimiento hegemónico si la ignorancia pulula y se acrecienta? ¿Cómo la razón va a ser imperial, como va a tener sacerdotes, si las personas simple y llanamente no son razonables? La brutalidad impera.

Y como, para completar, no han entendido ni un poquito lo que escribió mi amigo y mentor Baruj Spinoza, mi hereje favorito, buscan negar todas sus finas conclusiones con sendos malabarismo verbales -que valen lo que vale un bostezo- con los que pretenden negar el poder de la ciencia al señalarla como un mero instrumento de la cosificación. ¡Ay, pobre de aquel que no llegue a comprender lo que dijo cuando escribió en su Ética!: (P. II, proposición VII:) El orden y conexión de las ideas es el mismo que el orden y conexión de las cosas. Más claro no cantó ese gallo y más temprano no me pude despertar yo gracias a ese bello canto. Así que escuchen: solo si las ideas se ordenan y conectan en correspondencia de mismidad con el orden de las cosas estamos ante la verdad, la misma que quieren negar pero que sí existe. ¡Ah es que ésta oración es la antecesora intelectual de la famosa tautología eisnteniana expresada en la ecuación  ¡Y dizque ellos son los relativistas! Pero en verdad el modelo teórico del mundo es la misma estructura de la naturaleza y por eso intentar esquematizarlo es afirmar aquello que tenemos incomprendido de su realidad.

Así pues, señores, la naturaleza existe y no por virtud de mi sagrada palabra y el ser humano es parte de ella, una pequeña parte. Ese cuentico de que la socioculturalidad nos hace diferentes a los seres humanos de los animales es una patraña a la que se pegan los enemigos de la ciencia y de la cuantitividad: los agentes de las cualificaciones marihuaneras. ¡Pues claro que somos socioculturales! ¿Y eso qué? Muchas especies lo son de algún modo. Pero antes de eso somos naturaleza, increíble naturaleza.

La sociedad y la cultura son un producto, uno de tantos, de la naturaleza y si se quiere para agrandar las cosas y empequeñecer al enano moral que es el ser humano, del Universo, de la realidad, de la existencia. ¿Y por qué?, ¿por arbitrariedad mía? Ya quisiera yo haberme inventado este mundo al que los ateitos en sus ínfulas andan perorando y criticando que le quedó mal al Dios que para ellos no existe. ¡A ver háganse otro! ¿Por qué entonces? Por cientos, miles de pruebas sobre pruebas que abundan y que no tienen por qué ser interpretadas por jueguitos semánticos y ultra-hermenéuticos de los que tanto gustan los posmodernos al mejor estilo de su sacro santo patrón Jean-François Lyotard  y toda esa parranda de desocupados.

Cuando se habla claro las interpretaciones sobran y los comentaristas saltan a volar, a perderse. ¡Que vayan a venderle cuenticos a otros incautos! ¿Y es que la naturaleza es mala e impositiva? Pues si uno es un llorón que se siente mal por cualquier cosita que le dicen, como que las vacas, mujeres y ovejas generan un solo ovulo por ciclo menstrual pues sí, pero si uno sabe que mientras se vive lo único que tiene es esta realidad, pues no. La ciencia le ha dado a los hippies, romanticones y zurdos las mejores pruebas para unirnos al cosmos y cuando se las dan ya no las quieren, ¿y por qué? Dizque porque nos deshumaniza.

Entre otras, ¿por qué a los hippies y et al. les gusta tanto la naturaleza si es lo más ordenado y riguroso que hay? Claro, es porque no la entienden. Pues que nos deshumanice la verdad.  La naturaleza es un orden, cíclico, rígido en su dinámica, e impositivo: por algo la llamaran Madre Naturaleza. Sí, madre que manda huracanes, terremotos, pestes, hambrunas. Igualita a todas las madres. ¿Y el padre naturaleza, qué? A los hombres, a los machos pues, este orden es el que nos ha excluido y por eso, mutatis mutandis, el padre engendra y se va, al cielo, a morar lejos y mandar desde ahí sus bendiciones que ahora son dinero. Por eso en las religiones el padre es celestial y la madre terrenal ¿Y por qué? Yo lo sé pero ese es otro tema y vuelvo al que me corresponde.

Admitir la realidad duele porque nos muestra que somos un manojo limitado de cartas que van y vienen en un juego de hábitos cuya dinámica apenas estamos comprendiendo y que cada vez nos mejora el entendimiento, y no precisamente gracias a la religión, ni gracias a la política y no gracias a la filosofía, sino gracias a la que más le duele al posmoderno: la ciencia. Sí la misma ciencia de la que se ufanan los pseudointelectuales de supuestamente refutar, la misma que emplean cuando la aromaterapia no les da para terminar con la cefalea y el mándala no sirvió para el dolor de muelas.

¿Y es qué me volví cientificista? Pues claro que no, el que entiende de ciencia no cae en cientificismo que es la otra cara de esta moneda que aquí denuncio. El cientificismo es, en muchos casos, el caballo de batallas de los que, como les tocó sufrir a una religión inmamable y tuvieron que aguantarse a la idea de un dios enfermo y malgeniado, se volvieron ateos, seguidores del materialismo que no es otra cosa que un idealismo de la materia, quieran o no; esos que se tragan al darwinismo en todas sus formas, que pontifican vacas sagradas sin leerse su obras, que no cuestionan porque ven en los científicos a su nuevo santoral o su nuevo Olimpo. A esos tampoco me los aguanto y contra ellos también me iré como Don Quijote contra los molinos de viento, como quien dice como un loco. Pero eso sí, no aquí si no en otro escrito que ya estoy pensando en no redactar.

Es cierto que no podemos seguir pensando a la humanidad, con sus sociedades, culturas, identidades y demás desde el mecanicismo, por la sencilla razón que no se puede seguir comparando con máquinas hechas a priori en las que los mecanismos están predeterminados a una organización colosal como es el planeta, o más aun el universo. ¿Y con que la comparamos, con ángeles? No, se debe comparar con el resto de la vida, con el resto de especies con las que tiene una pasado genético común y una dimensión epigenética del tamaño del mundo; un origen común del que el ser humano presume retirarse para seguir siendo el desgraciado que ha venido siendo con todos los demás organismo –hermosos todos- de este mundo.

El mundo interior y el exterior son paralelos, son reflejos de superficies encontradas que distinguimos por el efecto de bordes esencial que expresa la naturaleza en su diversidad existencial, que se tocan, que se sienten, que nos generan y nos permiten ser. Es la naturaleza encontrándose con la naturaleza para permitirnos ser. Nos causa miedo la “reducción” de nuestra interioridad a meras actividades neuronales, ¿pero cuál reducción si solamente el cerebro es un universo completo en sí mismo? No está reducido lo que se estudian. El cerebro es un creador de mapas mentales que puede desplegar, dibujar, superponer, yuxtaponer, disgregue y hacer converger en determinadas acciones y con precisan emociones y sensaciones, y todas, ¡ah maravilla!, fluyendo desde la eternidad de la corteza cerebral en la ínsula y el hipotálamo. El cerebro importa y debe ser parte del estudio antropológico, pues allí se genera la creatividad que permite la cultura y la identidad, los valores y las creencias.

Ese miedo infundado al reduccionismo es porque nos seguimos creyendo mucha cosa, porque queremos seguir siendo lo que imaginamos que somos: porque nos gusta perpetuar la infelicidad de la ignorancia ¿Por qué va a ser trágico pensarse como simple materia? Con esa materia se constituye la carne que somos y mientras vamos deviniendo -deviniendo en un baile de emergencias y simbiosis- nos vamos haciendo átomos, moléculas, ADN, células, sistemas y nervios que vamos llevando toda esa procesión de maravillas al pensar, a verbalizar, a odiar, amar, despreciar y así siendo eso y más somos lo que somos y lo que negamos.

Pero somos sobre todo lo que estamos y seguimos descubriendo cada vez que nos arriesgamos a pensar con una mente crítica que se entregada a la dicha de pensar, como diría mi otro maestro: Gaston Bachelard. Y claro con esa materia nació Bach, pero también eminencias de la infamia como Mahoma. No todo es perfecto.

Además precisamente, lo increíble es saber que esas partes, esas reducciones, unidas, conglomeradas, afiliadas a un proyecto son las que nos permiten hacer portentos y pensar las más deplorables bobadas como cuando en un sueño sueño que sueño, por dar un ejemplo personal. ¿Habrase visto mayor pérdida de tiempo? ¿Abrase visto mayor tomadura de pelo a la eternidad? La vida es la estética que contradice al empecinamiento del vacío con su muerte. Y ahí el cerebro con todo su sistema nervioso central es ante todo un órgano de sentimientos capaz de internalizar la información necesaria para producir una comunicación integrativa del cuerpo a partir de niveles moleculares que regulan la realidad sin transformarla. Como quien amansa la fuerza que posee para darle un mejor uso sin por ello incrementar ni disminuir nada.

Por mi parte me sentaré a esperar a que salgan los datos del Brain Activity Map Project y del Human Brain Project que busca, entre otras cosas, mapear a escala celular la actividad cerebral, entender los mecanismos de la percepción, comprender las causas de las acciones humanas, e intentar dilucidar que es la conciencia. Como quien dice esperando a ver cómo le cumplen el sueño a Spinoza, su noble sueño que dejó en papel y cuyos grandes límites no alcanzó a ver porqué los lentes que limpiaba no daban para mirar tan lejos, si bien tenía una mirada de siglos, y por ahí en medio de lo que tanto vio y vislumbró estaba yo, dándole alientos mientras le decía: ¡Maestro, vamos bien, no se preocupe!

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Este texto proviene del libro no publicado Los deleites de la esencia y otros escritos.

 

irresponsables.

Posted in: Chocho...lee